Os dejo por aquí un spoiler de mi última novela, “Consecuencias de un Huracán”, por si aún no sabéis qué leer durante estas Navidades …
Hoy curioseando Pinterest me he encontrado con esta frase tan bonita de Ron Israel y no he podido evitar pensar en Irene de inmediato. Sí, ella podría ser sin duda una “chica tormenta“, ¿no creéis?
Al menos a Víctor le resultó así nada más conocerla. Supo desde el principio que no saldría ileso. Ayy, Irene! Qué buenos ratos he pasado contigo. 😊
En fin, aquí a continuación un fragmento del libro, a modo de adelanto: 😉
💜🌪CONSECUENCIAS DE UN HURACÁN (spoiler) 💜🌪
Mi cabeza trabajaba a destajo. Yo no quería que se explicase. ¿Acaso no le había quedado claro que no iba a enrollarme con él mientras tuviera novia?
—Te equivocas. No hay nada que explicar —lo interrumpí—. Y no creo que seas una persona horrible. Solo pienso que eres un cerdo.
—¿Perdón?
Abrió mucho los ojos haciendo un gesto de incredulidad.
—Sí, un cerdo, un cochino, un marrano.
Mi despido estaba cerca. Se acercaba sigiloso.
—He entendido perfectamente el concepto —masculló con chulería cruzándose de brazos. Y por Dios, qué brazos. Sí, ahí estaba Víctor, en toda su esencia—. Lo que no entiendo es que me llames cerdo a la cara y encima lo hagas en mi propio despacho.
—Pues mira, así estamos —le reté alzando la barbilla en un vano intento de ponerme a su altura y no parecer un duende a su lado.
—Irene, soy tu jefe.
Había conseguido cabrearle de verdad y por un momento creí que me había pasado. Sin embargo no me amilané.
—No, no lo eres. No en este momento. Cuando empieces a comportarte como tal, dejaré de llamarte de ese modo. Mientras sigas acorralándome en tu despacho y recordándome que cometí el tremendo error de darme el revolcón con un tipo mentiroso y adultero, cerdo será tan solo un halago en la lista de calificaciones que tengo para ti. Ahora, si no te importa, apártate. Me gustaría volver a mi puesto y continuar con mis tareas.
Dio un paso atrás, humedeciéndose los labios. Su semblante se fue suavizando. ¿Estaba sonriendo? ¿Le hacía gracia verme tan enfadada?
—Vale. Lo he comprendido.
—Vale.
—En fin, tan solo intentaba disculparme. Espero que aceptes mis disculpas y podamos empezar de nuevo —aseveró tendiéndome la mano.
No le pegaba nada esa actitud disciplinada.
¿Se suponía que ahora teníamos que fumarnos la pipa de la paz?
Miré su mano y luego lo encaré. Habría estado genial abrir la puerta y salir sin más. O mejor aún hacerle una llave karateca. Pero, cómo no, extendí mi brazo.
—Disculpas aceptadas —afirmé.
Y nos dimos un apretón de manos. Las suyas estaban calientes, nostálgicas de nuevos descubrimientos carnales. Irremediablemente todas mis terminaciones nerviosas se activaron con aquel contacto igualitario.
Me quedé paralizada. Enmudecí. Mi seguridad se esfumó y dejó al descubierto a la Irene vulnerable y tímida de la que huía.
Él lo percibió también.
Este era el tipo de cosas que tenía que evitar. Joder, la atracción física, psíquica e incluso ultrasensorial que sentía me desconcertaba. Víctor me turbaba a un nivel desconocido, quizá porque jamás había sentido algo similar por otra persona.
Me entraron ganas de pedir socorro.
—Bonita camiseta —susurró sin soltarme, contemplando mi último diseño y repasándome de arriba abajo. Llevaba la bata abierta y debajo lucía mis vaqueros rotos y una camiseta blanca sin mangas con el estampado en fieltro de la caca del WhatsApp que yo había comprado por internet y pegado sobre la tela con flixelina. La caca sonriente, claro.
—Gracias —respondí exaltada, soltándole.
La intensidad de su mirada me corroboró que nuestra relación laboral de ningún modo podría ser cordial.
—Vuelvo a mi mesa —carraspeé.
—Muy bien —afirmó efusivo girándose para abrirme la puerta.
Desparecí de su vista en milésimas de segundos.
Cuando llegué a la recepción Carlos estaba despidiendo a uno de sus pacientes y recibiendo a otro.
Le ayudé a ordenar la sala de rehabilitación e hice lo posible por deshacerme de la sensación de vértigo que aún ocupaba mi estómago. Esas que te advierten de que el peligro está cerca y que no debes salirte del camino.
Luego regresé a mi mesa y entre tarea y tarea al fin pude dedicarle algo de tiempo a las integrales logarítmicas. El que las inventó fue un maldito perturbado.
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