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Que este baile merezca la pena (4)

  • Rosario Tey
  • 19 junio, 2020
  • Sin Comentarios
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Hoy os traigo un poco más sobre la chica del confinamiento. Se acerca el final de este relatito. 🤓

Espero que os guste.😘

¡Por cierto! Si eres nuev@ por aquí y quieres leer este relato desde el principio, pincha aquí👈

“Su chica de la ventana”

(4)

Nunca creí que vivir una pandemia pudiera transformarme tanto. Ya no soy la misma persona que era antes del catorce de marzo de 2020. Todo ha cambiado en mí. Mi manera de ver el mundo, mi modo de entender a Esteban, hasta la forma de amar a mis hijos y a mis padres. Todo se ha vuelto mucho más intenso y real.

Los medios de comunicación dicen que pronto podremos salir a la calle a pasear con los pequeños, pero aunque parezca una locura lo que voy a decir, ahora tengo miedo de volver a mi vida de antes. Ya no quiero echar los días fuera como si fueran balones, solo ansío estar en paz el mayor tiempo posible. 

Que Esteban haya vuelto al trabajo ha mejorado mi ánimo. Me paso las mañanas poniendo en orden mi casa, y eso me ha proporcionado una calma sorprendente.

He encontrado placer en tareas que antes me provocaban estrés, como por ejemplo hacer las manualidades que a Julio le mandan en el colegio. Los primeros días maldecía a los profesores, sin embargo, ahora que Esteban no está, ahora que puedo tirarme en el suelo de la habitación de mis hijos y simplemente dedicarme a ellos, he hallado la armonía que necesitaba.

Aunque no voy a negarlo, quizá tenga algo que ver en mi estado de ánimo las conversaciones que mantengo con Mateo. 

Mateo.

Solo pensar en su nombre me eriza el vello.

Creo que voy a volverme loca. Busco cualquier excusa para salir al balcón y contemplar su ventana. A veces pienso que me estoy obsesionando demasiado y apago el teléfono durante horas para evitar echar un vistazo a la bandeja de entrada de Facebook.

Allí casi siempre hay un mensaje de él.

A menudo nuestras charlas comienzan con un Hola, ¿qué tal estás?, otras como la de ayer comenzó con…

 «Esta noche he soñado contigo.»

«¿Sí? ¿Qué has soñado?»

«Bueno, fue un sueño muy real. Hablábamos por teléfono mientras nos observábamos por la ventana, y de repente yo te invitaba a que vinieras a mi casa y accedías.»

«¿Soñaste que iba a tu casa?»

«Sí. Aparecías al mediodía sonriendo en mi puerta con un vestido de flores y el pelo suelto sobre los hombros.»

«¿Y tú qué hacías?»

«Yo te pedía que pasaras con el corazón latiéndome a mil por hora. Luego nos acomodábamos en la mesa de la cocina y te ofrecía un vermú. Parecías muy segura de querer estar en mi casa. Apoyabas la espalda en la pared sin apartar tus ojos de mí y removías los hielos de tu vaso con los dedos.»

«Parece un sueño bonito. ¿Qué más sucedía?»

«Me preguntabas cómo era de pequeño y yo te enseñaba fotos de mi infancia. Tú disfrutabas viéndome disfrazado en las fiestas de fin de curso y sobre todo con las fotografías de mi comunión en las que finjo ser un buen chico cristiano.»

«¿No lo eres?»

«No. Para nada. Es mejor que lo sepas desde ya.»

«De acuerdo. ¿Y luego? Me interesa mucho el sueño.»

«Más tarde te convencía para que te quedaras a almorzar conmigo. Comíamos pasta con una salsa de pera y gorgonzola y abría una botella de tinto italiano. De postre tomábamos pudin de manzana.»

«Madre mía, me está entrando hambre.»

«Me encanta la cocina. Tal vez te interese saberlo.»

«Me interesa mucho. ¿Y después de almorzar qué hacíamos?»

«Seguíamos charlando. Yo traía el Ipad a la cocina y buscaba una carpeta con la música que solían oír mis padres cuando se conocieron. Te llenaba la copa de nuevo.»

«¿Qué musica era esa?»

«La primera canción que sonaba era Oh! Darling de Los Beatles.»

«A mis padres también le encantaban Los Beatles.»

«Oíamos varios canciones de ellos y yo te preguntaba si te apetecía que nos acomodásemos en el salón, pero tú me decías que no. Que estabas muy a gusto allí, en mi cocina. Alargábamos la sobremesa hablando de cine y de la películas que nos han dejado huella. Y luego yo tocaba la guitarra para ti.»

«¿También sabes tocar la guitarra?»

«Solo un poco.»

«Vaya. No será un farol, ¿no?»

«Te aseguro que no.»

«Bien.»

 «Pero más tarde cuando el sol descendía y dejaba de iluminar esa zona en la que nos encontrábamos me decías que tenías que marcharte.»

«No parece un sueño.»

«¿No?»

«No. En los sueños suceden cosas maravillosas. Cosas que difícilmente pasan en la vida en la real.»

«Tienes razón. No era un sueño. Solo te he contado cómo imagino nuestra primera cita.»

«Entiendo. Es decir, que en nuestra primera cita no habrá beso…»

«Yo no he dicho eso.»

«Bueno, se supone que alargamos la sobremesa pero que luego marcho.»

«No te lo puedo contar todo. Si lo hago perderá la magia.» 

«Eres un embaucador. ¿Tratas de convencerme para que me salte el confinamiento?»

«Un poco sí.»

«Deberías ir a la carcel.»

«¿Por qué? ¿Por no besarte en nuestra primera cita?»

«Sí, por eso también.»

«África, créeme. Jamás tendría una cita contigo en la que te marcharas sin besarte.»

«Está bien saberlo. Eso, y que sabes cocinar y tocar la guitarra.»

«¿Eso suma puntos?»

«Más o menos.Solo me falta saber a qué te dedicas aparte de hablar conmigo.»

«Cuando vengas a mi casa te contaré más cosas sobre mí.»

«Entonces tendrás que esperar a que acabe el estado de alarma.»

«Esperaré.»

He vuelto a releer esa conversación y continuo con una sonrisa almibarada en mis labios. Es miércoles y ya casi ni recuerdo cuantos días llevamos de encierro. Solo sé que pronto podré salir a dar una vuelta con Julio y Martín. Aunque se quejen muy poco siento que necesitan salir a la calle incluso más que yo.

Las cosas con Esteban van de mal en peor. Pero a decir verdad estoy aprendiendo a esquivar sus golpes. Ya he asumido que lo nuestro tiene fecha de caducidad. Aún no tengo ni idea de cómo voy a hacerlo, solo presiento que se acerca el momento de tomar una decisión. 

—Pero ¿adónde vas a ir? Sin mí no eres nadie, métetelo en tu puta cabeza —me gritó hace dos noches cuando le amenacé con hacer las maletas y marcharme.

—Te equivocas. Es contigo con quien no soy nadie. 

Luego volvió a llamarme cosas como zorra inútil e ignorante. Acabé durmiendo en la cama de Martín que había asomado su cabecita al pasillo al oírnos discutir. 

Esta semana Dios ha atendido mis plegarias y Esteban se está quedando a almorzar en el trabajo. Sus jefazos le presionan cada vez más y él paga todas sus frustraciones en casa, con los niños y conmigo. Así que es un alivio saber que no aparecerá hasta bien entrada la tarde.

He puesto la tele de la cocina mientras preparo el almuerzo. No es que me agrade ver las noticias, pero ahora me interesa estar informada sobre eso que el Gobierno denomina desescalada. A pesar de que me he habituado al encierro, codicio que llegue ese momento en el que pueda abrazar a mis padres. 

Mi madre sabe que las cosas van mal. Puede sentirlo sin apenas contarle nada. Ayer me dijo algo que me reconfortó. Fue cuando ya iba a colgarle. 

—Sabes de sobra que aquí tienes tu casa siempre, ¿no?

—Sí, mamá lo sé. Estoy bien.

—Me da igual el virus. Si te encuentras mal, coge a los niños y veniros. 

La tranquilicé diciéndole que solo estábamos un poco más estresados, que superaríamos el bache. Aunque ella supo que le mentía.

Julio y Martín juegan en el salón. En realidad discuten más que juegan. El pequeño es bastante travieso y a veces saca de quicio a su hermano. Pero lo cierto es que me divierto mucho oyéndoles. 

Estoy negando con la cabeza, riendo mientras oigo la voz cantarina de Martín cantando una canción de David Bisbal cuando una noticia en el televisor atrae mi atención. 

El periodista está hablando sobre el arte durante el confinamiento. Menciona a varios artistas que han creado obras maravillosas en este difícil periodo. Me maravilla una chica tocando el violín en un vecindario alegre. La noticia continua con el ingenio y la creatividad de una familia que pinta unos cuadros alucinantes. Y, cuando al fin tengo mis cinco sentidos puestos en el reportaje, nombra a cantantes famosos que apoyan la lucha contra el coronavirus aportando sus nuevos trabajos.  

De repente el presentador cita a un grupo que no conozco: Banda Verbo. Debe ser nuevo, pues aunque me suena el nombre, no estoy muy familiarizada con la música actual. De pronto aparece un vídeo en el que colaboran varios artistas y es entonces cuando la cuchara que tengo en la mano se me cae al suelo. 

El rostro de Mateo ocupa la pantalla. Las mejillas me arden y el corazón me golpea el pecho. Alcanzo el mando y subo el volumen. 

—No puede ser —murmullo sin salir de mi asombro.

Es él. Está allí. Sujetando una guitarra y cantando una canción que habla de la chica de la ventana. De fondo lo que debe ser el salón de su casa. 

La imagen es breve, luego varía y salen otros grupos de música. 

Me dirijo hacia la mesa donde está el iPad e inmediatamente tecleo en el buscador de YouTube aquellas dos palabras.

Descubro que se trata de una banda española de Rock alternativo que canta en español e inglés y que se formó hace solo tres años. Mateo Eslava es el vocalista y aparte de él hay un batería, un bajo y otro a la guitarra. Sin embargo, mi atención en todos esos vídeos está en él. No puedo apartar mis ojos del aparato. 

Tras un rato de búsqueda en internet averiguo que el grupo tiene varios temas por los que se ha ganado la ovación del público, pero que este último mes el número de visitas en su canal de YouTube los ha posicionado en muy buen lugar. Y todo gracias a la última canción de Mateo.

Escucho el sencillo mientras me muerdo una uña, y por un momento creo que me está contando otra vez ese sueño. Ese en el que yo aparezco en su puerta con el vestido de flores. En el que bebo vermú y él cocina pasta para mí. Ese en el que yo sonrío relajada oyéndole tocar la guitarra…

La letra trata sobre una chica que se encuentra presa en su propia casa y el estribillo alude al brillo de sus ojos y a lo bonita que es cuando sonríe. 

Su sueño es una canción. ¿Ha escrito una canción sobre mí? 

La respiración se me colapsa y las pulsaciones se me disparan aún más.

Tengo que contárselo a Andrea. Me levanto a buscar el móvil con urgencia y busco su contacto. Ella responde al primer tono. 

—Afri,¿qué tal estás?

—¿Te suena un grupo llamado Banda Verbo? —le digo nerviosa. Mucho.

—Sí…, algo. ¿No son esos chicos que cantan esa canción sobre la chica de la ventana?

—El vocalista es él.

—¿Quién?

—Él. Mateo.

—¿Te refieres a tu vecino? ¿El que se parece a Josh Hartnett?

—Sí.

—¡No jodas!

—Sí es él —suspiro moviéndome de un lado a otro. 

—Un momento —dice Andrea. De fondo oigo las teclas del ordenador. Sé que está buscando información—.Es verdad. No lo reconocí en la foto que me mandaste. ¡Por Dios, África, te tira los tejos un cantante de moda guapísimo! 

—No me ha dicho que es cantante —murmuro sin salir de mi asombro.

—Supongo que esperaba que lo averiguases.

—Acabo de verlo en la tele.

—Espera. ¿Entonces la chica de la ventana eres tú? ¡Madre mía, sííííí! Eres tú, Afri. Eres su chica de la ventana.

Sí, soy su chica de la ventana.

 

Leer el fragmento anterior (3)

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Rosario Tey

Escritora en continua fase de aprendizaje. Apasionada de la lectura, la playa, las carcajadas y el arte en todas sus vertientes. En 2014 cometí la apasionante locura de lanzarme al mundo literario con "Ríndete, Carolina", y desde entonces, ya no puedo parar :) ... Si has llegado hasta aquí, sólo deseo una cosa: que te quedes. 😘

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Rosario Tey. Escritora

Me considero una escritora en continua fase de aprendizaje. Apasionada de la lectura, la playa, las carcajadas y el arte en todas sus vertientes.

En 2014 cometí la apasionante locura de lanzarme por mi cuenta al mundo literario con "Ríndete, Carolina", y desde entonces, ya no puedo parar! 😅 De hecho y gracias a la hazaña de arriesgarme con dos novelas más, el sello Esencia (Grupo Planeta) ha publicado en el mes de septiembre mi último trabajo, "Consecuencias de un Huracán".

Si has llegado hasta aquí, sólo deseo una cosa: que te quedes. 😘

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